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Sebastián Serrano Alou

Abogado Laboralista de la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina - Magíster en Derecho del Trabajo y Relaciones Laborales Internacionales, Universidad Nacional de Tres de Febrero

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26 sept 2016

Ocupados en desocupar

Por Juan Sasturain
Vuelve a subir el índice, aunque lo que uno siente es que sube el mayor, el incisivo mayor índice de desocupación. Una vez más, el perverso Sistema –vale para el todo de sentido común que justifica y naturaliza esta máquina de degradar de la que formamos parte– es rápido y cómodo en sus determinaciones. Sabe lo que quiere. Se sube (a la Historia), pregunta al primero que se cruza si está desocupado y si le dicen que sí, se sienta. El Sistema, cuando encuentra un desocupado se le sienta encima. Todo el Sistema se sostiene en el mullido asiento (un colchón, en realidad, un colchón de infinita plazas / espaldas para el culo de pocos) de los desocupados.
Los desocupados en realidad no existen (literalmente, como –Videla dixit– tampoco existían los desaparecidos) en tanto tales: porque los desocupados están siempre ocupados (como sillas, digamos) por los que se sientan sobre ellos y ocupados (mentalmente, digamos) en preocuparse, se ocupan de sobrevivir.
Pero sobre todo los desocupados ocupan la Desocupación, ese agujero mensurable que se llena con lo que no hay: están, viven, ocupan una planilla. La desocupación es un índice, el resultado de una cuenta, un número. La desocupación no existe ni es un problema: lo que sí existe es la gente que no tiene trabajo, que es otra cosa.
El Sistema de maltrato y desigualdad universales en el que respiramos naturalmente como si fuera lo único que hay, mira los números, no la realidad. La realidad no mejora pero los números dan. Eso era lo que decía Menem: estamos mal (en la realidad) pero vamos bien (en los números). O más perversamente, al revés: cuando los números den, la realidad habrá mejorado. Así es como razonan los de ahora, los que también miran / dibujan los números y dicen: antes, con el perverso populismo demagógico, la realidad estaba bien pero en los números estábamos mal. ¿Qué números, qué números no te cerraban, caradura? Eso lo digo yo y pelo mi índice personal de marcar chorros genuinos, estructurales. Basta de mentir.
Por eso, los índices no mienten, acusan, señalan sobre todo a los dueños del dedo. Son como las putas encuestas, otro curro manipulador. Son mecanismos tramposos, sesgados, se los puede hacer decir cualquier cosa. Menos, modificar la realidad. Como –pasando al campo de la cultura y el genérico “espectáculo”– es el caso del rating y de las listas de best sellers, auténtica basura tóxica, que suele / pretende registrar el grado de proliferación alcanzado por gustos y opiniones a partir de un único gesto: el consumo, la compra de, el uso de. Porque es el consumo –el uso, la compra– de opiniones y gustos, eso es lo (único) que miden. Y me hago cargo de mi fobia.
Así, los medios, de forjadores de opinión –si es que alguna vez lo fueron– se han convertido en vendedores de opiniones: el chivo y la convicción (opinar y recomendar) tienden a mimetizarse. Se confunde –entre otras cosas– existencia con difusión, famoso con conocido. Se invierte más en la difusión de las campañas que en las campañas mismas, en las investigaciones y diagnósticos que en las acciones concretas. Incluso en saber lo mal que estamos, índices mediante, que en mejorar. Claro, eso sí “al día con las mediciones” dijo Gelman.
Pero volviendo a los índices y las expectativas a cumplir, las previsiones del Presupuesto, por ejemplo. Se pretende prever el futuro, lo que significa inducirlo, en realidad. La estadística (el registro numérico) condiciona conductas suponiendo que los comportamientos pasados se repetirán. Es cierto pero no lo registran los índices: lo único que se repite es la explotación, el robo y su enmascaramiento. Y la Desocupación –ese numerito que va y viene– no es un pronóstico meteorológico: el granizo que caerá fuera de temporada y mandará todo al carajo no estará previsto en las planillas. Pero va a caer, claro que va a caer. Y los hoy cómoda o precariamente sentados sobre el mullido colchón de los desocupados no se quejen después, con el paraguas agujereado: como el sol no mira el almanaque, la realidad no lee planillas.

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