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Sebastián Serrano Alou

Abogado Laboralista de la ciudad de Rosario, Santa Fe, Argentina - Magíster en Derecho del Trabajo y Relaciones Laborales Internacionales, Universidad Nacional de Tres de Febrero

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5 feb 2017

El desempleo y sus consecuencias

Pagina12 | Psicología

CONSECUENCIAS CLÍNICAS Y SUBJETIVAS DEL DESEMPLEO
La amenaza de exclusión
Perder un trabajo significa muchas más cosas que dejar de cobrar un dinero a fin de mes. Supone la peor y más efectiva arma de manipulación del alma humana: el quedar afuera, la nefasta versión con que la pulsión de muerte asoma sus garras en el siglo XXI.
Desde que Cambiemos tomó el poder en diciembre de 2015, casi doscientos mil personas han perdido su puesto de trabajo. Se calcula que en el costado informal de la economía esa cifra aumenta de manera exponencial. Un reciente artículo vincula esta pauperización del mercado de trabajo con el empeoramiento de la Salud Mental de la población (1). No es para menos, el más leve y elemental análisis indica que el empleo constituye un lugar de privilegio para sustentar cierto equilibrio psíquico a partir de los hábitos, rutinas y contactos sociales que brinda un trabajo estable.  
Con todo, vale intentar dar un paso más allá de lo que el sentido común indica para dimensionar la actual catástrofe social en ciernes. El sujeto del inconciente no es un ser de la necesidad, es un ser de deseo. Esto significa que, más allá de las exigencias que el soma impone (vestimenta, vivienda, alimentación, salud, etc.), el ser hablante se nutre de las significaciones que brindan sentido –o no– a las eventuales contingencias. Esto es: una misma escena puede ser interpretada de múltiples maneras de acuerdo al contexto, la enunciación y los dichos que giran en torno a ella. Para decirlo todo: no siempre perder un trabajo resulta una calamidad, si el contexto ayuda, hay chance de conseguir algo mejor. Lo cierto es que la nefasta empresa neoliberal que nos gobierna  ha hecho todo como para que el crecimiento del desempleo se traduzca en culpa, depresión, humillación y aislamiento. Por algo, el filósofo Byung-Chul Han observa que el disciplinamiento de los cuerpos y la biopolítica de los que supo investigar y teorizar Michel Foucault ya es parte de la historia, el actual neoliberalismo se sirve de la Psicopolítica (2): es decir: del control de las voluntades como estrategia para que las personas se sientan libres en su esclavitud, con infinidad de opciones imposibles y culpables de no poder acceder a ellas.

La desmentida

Pero esto no es todo, la actual pérdida de trabajo acontece en un contexto de vaciamiento simbólico por el cual el valor de la palabra (esto es: la posibilidad de expresar el dolor, la expectativa de solidaridad y el llamado al semejante) pierde terreno frente a un cinismo inédito desde el regreso de la democracia en 1983. El actual gobierno argentino constituye un ejemplo paradigmático de este tóxico verbal que –al socavar la capacidad referencial del lenguaje– corrompe el discurso y corroe el lazo social. Y no se trata tanto de las promesas incumplidas que la actual administración  acumula de manera cotidiana, sino del recurso perverso por excelencia, a saber: la desmentida. Esto es: negar a sabiendas de que el otro sabe que el emisor sabe que todos saben que se está mintiendo. Cuando el emisor  del mensaje, el otro que escucha y todos los testigos coinciden en la falsedad de una frase sin que esto suponga la descalificación del mentiroso, estamos en el terreno de la barbarie discursiva. Como no podría ser de otra manera, aquí el poder mediático y sus espadas en la justicia son quienes ofician como el Atila de la palabra.
La clínica prueba que el uso constante de la desmentida enloquece a las personas o, en el mejor de los casos, empuja a la sórdida servidumbre de lo acrítico. (El mismísimo jefe de Gabinete ha dicho que “el pensamiento crítico le puede hacer mal a la Argentina” (3) Entonces: ¿qué posibilidad de tramitación psíquica puede logar una persona al perder el trabajo cuando el discurso que vocifera la inmensa mayoría de medios de comunicación asevera que los bienes, puestos de trabajo y niveles de consumo de los que se gozaba hasta no hace mucho tiempo, eran meras ilusiones?  

El terrorismo del ¿Y si...?

Entre las múltiples manifestaciones clínicas de esta corrupción verbal que socava la buena fe de las personas figura lo que elijo denominar el terrorismo del ¿Y si…?  Se trata de una formulación cada vez más recurrente en el consultorio que atestigua la exacerbación de las fantasías de catástrofe, soledad y aislamiento, entre las cuales la pérdida de trabajo ocupa un lugar de triste privilegio. El ¿Y si…? es una pregunta acorde con lo que Hegel supo denominar el infinito malo, es decir: una escalada de racionalizaciones cuya insensata deriva no lleva a otra parte más que a satisfacer las peores tendencias masoquistas por medio de una autosugestión. Esto enferma.  De hecho, “la angustia de la segunda tópica freudiana –espera sin esperanzas, expectativa, acecho de nada, pues no está en el tiempo de lo que puede esperar– es un amo sin rostro; y no hay política posible frente a ella, como no sea su transformación en síntoma” (4). Por ejemplo, a través de la pregunta: “¿y por qué debería yo saber?”
Es que cuando un paciente aparece con esta modalidad de queja o angustia, no es por el lado de brindar una respuesta que reside la intervención correcta, sino de iluminar esta enunciación tramposa y nefasta a la que hoy el neoliberalismo nos conmina. Se trata de transmitir que nuestra experiencia de seres hablantes consiste precisamente en no disponer de respuesta a los tramposos ¿Y si…? , sino antes bien en desenmascarar la maniobra que nos empuja a quedar atrapados en esta demanda loca y perversa cuya falsa certeza se asienta en el supuesto de una verdad única.  No en vano a la pregunta kantiana acerca de ¿qué puedo yo saber?: Lacan contestaba: “nada que no tenga la estructura del lenguaje en todo caso” (5), léase: las ficciones del lenguaje, entre las cuales el saber ocupa un sitial de privilegio. Salir de la parálisis del ¿Y si…? permite acceder al acto: sea éste la lucha política, la denuncia, la convocatoria al semejante, etc.

Conclusiones

Se comprende entonces que hoy perder un trabajo significa muchas más cosas que dejar de cobrar un dinero a fin de mes: supone la peor y más efectiva arma de manipulación del alma humana: la amenaza de exclusión. Nada aterra más a un ser hablante que el quedar afuera. El capitalismo, con diferentes estrategias y estilos según la época y el lugar, ha sabido servirse de esta condición de estructura para someter a las personas a trabajos mal pagos, en condiciones infrahumanas equiparables a la esclavitud. De hecho, desde hace largos años, el discurso se ha encargado de estigmatizar a todo sujeto que no cumple con las pautas de utilidad que impone el mercado: vago, inútil, inservible, son algunos de los epítetos que las personas repetimos en virtud de nuestra inconciente adhesión al código que fija el mercado. Significaciones que cobran el valor de una dramática paradoja no bien se advierte que –neoliberalismo mediante– nos dirigimos hacia una sociedad del ocio para pocos y segregación para muchos, en la que el valor del trabajo como pilar del lazo social se diluye a favor del consumo individualista. Se trata de hacer visible esta nefasta versión con que la pulsión de muerte asoma sus garras en el siglo XXI.
* Psicoanalista. Hospital Alvarez.
2 Byung Chul Han, “Psicopolítica: Neoliberalismo y nuevas técnicas de poder”, Herder, 2014.
4 Antoni Vicens,  “No saber qué hacer, poder esperar, no estar a tiempo” en Lakant, Jacques Alain Miller, Buenos Aires, Tres Haches, 2000, p. 49
5 Jacques Lacan, Televisión en Otros Escritos, Buenos Aires, Paidós, 2012, p. 562.


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