La investigación detalla el vínculo entre el mundo laboral y enfermedades cardiovasculares, perturbaciones de la salud mental, automatismos y tics, ansiedad, depresiones, fobias y desaliento. El riesgo de que esos trastornos se conviertan en una pandemia.
“Todavía no tenemos conciencia de la relación entre el trabajo cotidiano y toda una serie de padecimientos en la salud que escapan a las dolencias más estudiadas”, asegura Julio Neffa, investigador superior del Conicet en el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL). A raíz de esa inquietud, y con el apoyo de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP), la Universidad Nacional del Nordeste (UNNE) y la Universidad Metropolitana para la Educación y el Trabajo (UMET), encaró la realización de una detallada encuesta para indagar la vinculación entre el mundo laboral y las enfermedades cardiovasculares, perturbaciones de la salud mental, como crisis nerviosas, la generación de automatismos y tics, las perturbaciones en el humor, situaciones de ansiedad, depresiones, fobias y desaliento. Neffa, uno de los especialistas más distinguidos en la materia, anticipa que la situación se puede volver una pandemia sin medidas preventivas. “Esto no se arregla con salarios más altos. La salud no se vende”, advierte.
Neffa insiste con un concepto que denomina Cymat: las Condiciones y Medio Ambiente de Trabajo. “Suponen las exigencias, requerimientos y limitaciones del puesto de trabajo, lo que da lugar a la carga global del trabajo prescripto. Esta carga provoca de manera inmediata o mediata efectos directos o indirectos, positivos o negativos, sobre la vida y la salud física, psíquica y/o mental de los trabajadores”, explica el investigador.
El universo del trabajo, con su enorme heterogeneidad en términos de intensidad, cantidad y calidad, genera múltiples efectos sobre los trabajadores. Por un lado, están las consecuencias vinculadas con la carga física y el esfuerzo muscular, los problemas de higiene y de seguridad, y los accidentes y enfermedades profesionales. Pero, además, el proceso laboral se desarrolla en un contexto dado por las condiciones de trabajo. “Se trata de las formas institucionales, las relaciones sociales de producción y los modos de organización de las empresas. La duración y configuración del tiempo de trabajo, su contenido y organización, los sistemas de remuneración y las posibilidades de participar en el mejoramiento de las propias condiciones de trabajo. Eso explica el diferente impacto del trabajo sobre la salud psíquica y mental de los trabajadores”, dice Neffa.
Los ejemplos son inagotables, están a la mano si se hace el ejercicio de pensar la vida cotidiana. ¿Qué efecto produce sobre el trabajador hablar por teléfono con personas nerviosas, impacientes, molestas o enojadas? ¿Y la presión de un puesto jerárquico en una empresa? ¿Cómo impacta sobre la salud tener un jefe que maltrata o que impone órdenes que luego el trabajador debe incumplir para realizar bien la tarea? ¿Cómo se deteriora la salud de un médico que lidia continuamente con la presión de la muerte de un paciente? ¿Y el efecto sobre el profesor de un curso secundario con chicos violentos?
“Un ejemplo claro de esta situación es el de los call-centers, que implican una carga psíquica muy importante para los trabajadores que después, inevitablemente, la somatizan. El trabajo se puede volver algo insoportable y una reacción lógica es la rotación: los empleados, en cuanto pueden, se van de ese puesto”, explica Neffa.
La organización del trabajo puede provocar problemas cardíacos, depresión (a veces acompañada por el consumo de sustancias como tabaco, alcohol, café y ansiolíticos), perturbaciones en la salud mental y en el humor. Y estos padecimientos incrementan la presión sobre el sistema público de salud e impactan en el ausentismo, las licencias prolongadas y los conflictos laborales, de ahí que los Estados, las empresas y los sindicatos europeos tengan previsto el año que viene realizar encuestas nacionales sobre este fenómeno.
Neffa sistematizó lo que considera “los principales factores psicosociales de riesgo en el trabajo”. Son ocho ejes contemplados en una puntillosa encuesta. El primero remite a la intensidad y complejidad del trabajo, y a su esquema de horarios. El segundo, a las exigencias emocionales que se generan en las relaciones con la jerarquía, colegas, clientes y usuarios. El tercero, a la autonomía en el trabajo; y el cuarto, a las relaciones sociales en el trabajo. En quinto lugar aparecen los conflictos éticos y de valores, como cuando una parte sustancial del trabajo consiste en ocultar o mentir a los clientes respecto de la calidad de los productos o servicios que se venden. El sexto punto se relaciona con la inseguridad de la situación de trabajo, y el séptimo, con la inexistencia dentro de la empresa de profesionales y dispositivos para la prevención de los riesgos psicosociales. En octavo lugar está el desconocimiento de las características individuales de los trabajadores al asignar tareas. Neffa advierte que “establecer primas monetarias como una compensación anticipada del deterioro de la salud significa tomarla como una simple mercancía. La salud no se vende. Un sistema de prevención debe aislar a los trabajadores respecto del riesgo y limitar sus efectos nocivos, pero teniendo como objetivo final la eliminación del riesgo en su misma fuente”.
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