Por Sebastián Serrano Alou
Abogado Laboralista
En el año 1964, a poco de incorporado
el art 14 bis a la CN, que, entre otras cosas, planteaba el derecho de los
trabajadores al control de la producción, Herbert Marcuse planteaba que
“(…) El control del proceso productivo
por los “productores inmediatos” debe iniciar supuestamente el desarrollo que
distingue la historia de los hombres libres de la prehistoria del hombre. (…)
Por primera vez en la historia, los hombres actuarían libre y colectivamente
bajo y contra la necesidad que limita su libertad y su humanidad. (…) aunque el
campo de la necesidad persiste, su organización, teniendo en cuenta fines
cualitativamente diferentes, cambiaria no solo la forma sino también el grado
de la producción socialmente necesaria. (…) Puesto que el desarrollo y la
utilización de todos los recursos disponibles para la satisfacción universal de
las necesidades vitales es el prerrequisito de la pacificación, es incompatible
con la prevalencia de intereses particulares que se levantan en el camino de
alcanzar su meta. (…) La meta de la autentica autodeterminación de los
individuos depende del control social efectivo sobre la producción y la
distribución de las necesidades. (…)”
Varias décadas después, a poco de
finalizar el siglo XX, puede encontrarse similares planteos de parte de André
Gorz, quien plantea que
“(…) en el nivel de las opciones de
producción, en el nivel de la definición del contenido de las necesidades y de
su modo de satisfacción se sitúa la apuesta política del antagonismo entre
capital y trabajo viviente. Esta apuesta es en última instancia el poder de
decidir el destino y el uso social de la producción, es decir el modo de
consumo al que ella está destinada y las relaciones sociales que este modo de
producción determina. (…)”
De las reflexiones de ambos
pensadores puede extraerse que resulta fundamental que los trabajadores
participen en el control de la producción y, dentro de esta tarea, tengan
activa intervención en la decisión de la producción, la definición del producto,
como la forma de producirlo y el destino del mismo.
El capitalismo cuyo objetivo
fundamental es la acumulación de riquezas materiales en cada vez menos cantidad
de personas, desentendiéndose de las cuestiones humanas fundamentales,
destruyendo todo lo que se interpone en su objetivo, desde la dignidad humana
hasta el equilibrio ecológico, pasando por los Estados-Nación y la unidad de
los pueblos, debe tener un freno, tiene que haber un cambio, la humanidad vivió
cientos de años sin capitalismo y hoy necesita cambiar el sistema para poder
sobrevivir. Dentro de su lógica primaria, el capitalismo acumulaba riquezas en
un número limitado de propietarios que reinvertían para generar nuevas y
mayores riquezas y apropiarse de las existentes. Con el tiempo, se potencio
cada vez mas la reinversión en distintos medios (vgr. publicidad) para generar la
sensación de una necesidad de consumo, de los mas diversos productos, que son
elaborados con los recursos naturales limitados que se encuentran en el mundo,
sin importar si realmente lo producido era útil, creando una lógica de participación
social a través de la constitución de la persona humana como consumidor inserto
en el mercado. Las riquezas, apropiadas injustamente por una parte mínima de la
población, son utilizadas en la forma en que dispone esa minoría, y solo pueden
ser aprovechadas, mayormente derrochadas, por un número reducido y sectorizado
de la población mundial. Pero como la codicia y la cumulacion no tienen
límites, en un momento determinado se potencio la parte especulativa del
capitalismo, lo más abstracto de la economía, quedando entonces las riquezas
sujetas al juego de fuerzas invisibles para la mayoría de la población que son
manejadas por cada vez menos personas y empresas. Ante el estado actual de
cosas, el control de la producción por los trabajadores, y no por unos pocos
mercaderes y especuladores, es cada vez mas necesaria; es a partir de la
multiplicación de sujetos que intervienen en la decisión de cómo utilizar las
riquezas y que se considera valioso, en función de las necesidades reales de la
mayoría, que puede comenzarse a revertir el sistema capitalista actual y sus
efectos destructivos.
Esto ya fue advertido por los
trabajadores argentinos hace medio siglo, lo que puede verse plasmado en los
programas de “La Falda” (del año 1957, anterior a la reforma constitucional de ese
año) y “Huerta Grande” (de 1962, luego del golpe de Estado de ese año).
Es para destacar en ese periodo declaraciones como la de Andrés Framini,
dirigente sindical, que durante el plenario de Huerta Grande explicaba que
“(…) Con el capitalismo no hay solución
alguna: es un sistema que pertenece al pasado y nosotros debemos marchar hacia
el porvenir (…) que es el salario en el sistema capitalista? Una pequeña parte
del valor real de lo que producimos (…) ¿De qué nos sirve, en consecuencia, luchar
por un mero aumento de salarios si a los dos meses todo aumento y volvemos a lo
mismo: apenas a ganar unos pesos para subsistir? Lo que está en crisis en
nuestro país (…) Aquí y en el mundo, es el sistema capitalista, basado en el
lucro, la injusticia y la incapacidad para satisfacer las necesidades
materiales y espirituales de los pueblos. Y eso no se arregla con aumentos de
salarios (…) Hay que transformar toda la estructura económica, financiera y
jurídica, social, política y estatal (…)”
El control de la producción es una
obligación colectiva, que resulta fundamental sea compartida en la comunidad de
trabajo por todos, tomando conciencia de su repercusión en la sociedad y el
planeta en el que vivimos, donde los recursos no son ilimitados y las
alteraciones agresivas producen consecuencias peligrosas. Como bien
refiere Zaffaroni
“(…) La naturaleza puede ser usada para
vivir, pero no suntuariamente para lo que no es necesario. La infinita creación
de necesidades artificiales que sostienen el crecimiento ilimitado del consumo
estaría acotado por el criterio del sumak kawsay (…) La necesidad –eterna celestina
de todas las matanzas y guerras- deberá evaluarse conforme a las condiciones
humanas de supervivencia digna y al uso no abusivo respecto de todos los entes
naturales, y no a la conveniencia de pura obtención de mayores réditos (…)”
La participación de los
trabajadores, desde su posición de sujeto social mayoritario, en la elección
del destino de las riquezas sociales y su forma de utilización en la empresa,
es fundamental para comenzar a generar un sistema de mayor justicia social, en
el que se privilegie la producción de bienes y servicios destinados al
desarrollo humano de quienes los producen y utilizan, buscando que el número de
participantes sea cada vez mayor, y las condiciones de participación más
humanas. Esto se encuentra en sintonía con la Convención Interamericana de
Derechos Humanos, Pacto San José de Costa Rica, ya que si bien toda persona
tiene derecho al uso y goce de sus bienes, a disponer de su propiedad
privada, la ley puede subordinar tal uso y goce al interés social (cfr. Art
21).
MARCUSE, Herbert, El hombre unidimensional.
Ensayo sobre la ideología de la sociedad industrial avanzada, Tercera
Edición, México, Editorial Joaquín Mortiz, 1968, pags. 63, 258 y 268
GORZ,
André, Miserias del presente, riqueza de
lo posible, Editorial Paidós, 2 reimpresión, Bs. As., 2003, pag 45
El
golpe de Estado de 1955 puso en marcha un plan de demolición de las conquistas
sociales y políticas logradas por el Movimiento Obrero Argentino a lo largo de
décadas. En la resistencia a esos planes, en la lucha por impedir el avance de
las patronales y el imperialismo, los trabajadores fueron elaborando propuestas
políticas, sociales y económicas, que tenían el doble fin de integrar las
fuerzas propias, al mismo tiempo que neutralizar el discurso de los sectores
oficiales. El Programa de La Falda, de agosto de 1957, y el de Huerta Grande,
de junio de 1962, son resultado de esa acción.
Citado en: GALASSO, Norberto, Historia de
la Argentina. Desde los pueblos originarios hasta el tiempo de los Kirchner,
Tomo II, 1º ed. 1º reimp., Colihue, Buenos Aires, 2011, págs. 397
ZAFFARONI, Eugenio Raúl,
La Pachamama y el Humano, 1ª ed, Buenos Aires, Colihue, Ediciones
madres de Plaza de Mayo, 2011, págs. 142 y 144. En la página 111, explica
Zaffaroni que el
sumak kawsay es una
expresión quechua que significa buen vivir, que no se trata del tradicional
bien común reducido o limitado a los humanos, sino del bien común de todo lo
viviente, incluyendo por supuesto a los humanos, entre los que exige
complementariedad y equilibrio, no siendo alcanzable individualmente.
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