1- ¿Cómo se transformó el sujeto individual y en qué medida se puede seguir hablando de hombres/mujeres particulares dentro de un entramado social?
2- ¿En qué devinieron las instituciones en tanto protagonistas de la Historia y cuáles serían hoy las relevantes?
3- ¿Cómo calificaría en la actualidad las características de cada clase social y cuál sería el entramado entre ellas?
4- ¿Cuál es el peso económico y cuál el ideológico en la complejidad de los actuales sectores sociales?
5- Religión, poder político, poder privado, ¿considera que vieron crecer o decrecer su peso específico en el acontecer histórico, por qué?
6- Dentro de la fórmula que indica que un sujeto histórico es quien puede transformar su realidad y producir acontecimientos relevantes en términos históricos, ¿quién sería hoy ese sujeto?
Jorge Alemán.
Psicoanalista, escritor
1. Se podría decir que el neoliberalismo, esa formación histórica del capitalismo actual, es la que más seriamente intenta intervenir sobre la misma constitución del sujeto, los vínculos sociales y los distintos mandatos, de forma explícita o no, que intervienen el lo que junto a Michel Foucault llamaríamos “la producción biopolítica de la subjetividad”.
Es la época en que el poder ya no es sólo coercitivo sino también control y seducción. En este aspecto, lo que en la pregunta se define como “particularidades” y luego “hombres y mujeres” está siendo alterado de manera muy seria por los distintos factores que el neoliberalismo ha desencadenado. A saber, la destrucción del trabajo como generador de lazos sociales, el declive de las instituciones históricas y las figuras simbólicas de autoridad y la metamorfosis que tanto la técnica como el circuito de la mercancía han provocado en el campo de toda la experiencia humana empujando a hombres y mujeres a subordinarse al cálculo, el rendimiento, la exhibición, la transparencia, lo líquido, la desimbolización, la deshistorización, etcétera.
Todas propiedades que emanan de la técnica y el capital.
No hay un “afuera”, un exterior a este régimen de dominación. Por lo mismo, hay que saber hacer política en su propio espacio, arriesgando a cada paso que lo que deseamos transformar vuelva al mismo lugar.
2. El capital financiero se reapropia progresivamente de todas las instituciones.
En esta perspectiva, la soberanía de la propia moneda me parece crucial, en el punto de partida. Y luego, como lo ha demostrado la actual experiencia latinoamericana, se debería separar, en la medida de lo posible, el Estado de las corporaciones.
3. Las clases sociales se reconfiguraron. La burguesía va dejando, lentamente, el espacio productivo o ya interactúa de forma estructural con el mundo financiero, lo cual la aproxima a una suerte de nueva oligarquía vinculada a negocios sin arraigo de ningún tipo. La pequeña burguesía profesional o asalariada está perforada por el nuevo proceso de concentración. Sus hijos, por ejemplo, no encuentran lugar. Y la clase obrera se fragmentó, se volvió precaria y se multiplicó en distintos modos de exclusión.
4. Las decisiones globales las imponen a partir
de instituciones internacionales las nuevas oligarquías transnacionales. Luego, se trata en cada caso de ver si existe la posibilidad, nunca asegurada de antemano y siempre contingente, de que surja un proyecto que asuma la emergencia de una voluntad colectiva con vocación hegemónica frente al neoliberalismo.
5. Crecieron y decrecieron, sí, absolutamente. La cuestión es que la trama mediática organiza distintos tipos de teatros con los mismos tipos de poder.
6. Por lo que respondía a los cuestionamientos anteriores, creo que ya no se puede concebir un sujeto histórico que, por su lugar en las llamadas
por Carlos Marx “relaciones sociales de producción”, tenga asignado un lugar ya predeterminado y finalístico en un proceso de transformación histórico.
Ahora se trata de ver cómo, entre los sectores que no pueden resolver sus demandas, como consecuencia del poder neoliberal, se pueda constituir, como diría Ernesto Laclau, una cadena de equivalencias entre esas demandas insatisfechas que desemboque en la emergencia contingente de una voluntad colectiva. Sólo así podríamos hablar de un surgimiento eventual de un pueblo como sujeto, inestable, siempre atravesado por diferencias que lo tensionan y con un camino que hay que construir paso por paso, sin ninguna ley histórica que lo asegure.
Silvia Solas
Doctora en Filosofía, profesora de FaHCE-UNLP
1. El de la subjetividad, pese a todo lo dicho y escrito, es un tema de clausura difícil. Ya en un texto de 1960, Merleau-Ponty decía que era un problema filosófico insoslayable, que la filosofía jamás podría desligarse del pensamiento de lo subjetivo ya que se trata de esas cuestiones en las que no es posible echarse atrás; y, subrayaba, ni siquiera, y sobre todo, si se las supera. Hace ya mucho tiempo que el sujeto no es el sujeto cartesiano, universal, unívoco, determinado, estable. Hoy, el sujeto resulta, digamos, más permeable, más difuso e intermitente: los individuos (hombres/mujeres y todas las variantes de género) estamos atravesados, y en ocasiones desdibujados, por los distintos hilos y pliegues que componen la trama social y cultural; sin embargo, la individualidad emerge en todas y cada una de nuestras relaciones con los otros, en una tensión irresoluble entre lo singular y lo colectivo o universal que es, al fin y al cabo, la tensión que está a la base de los grandes dilemas filosóficos de todos los tiempos.
2. Lo institucional está constantemente interpelado por desafíos cada vez más apremiantes respecto de la generación de instancias susceptibles de conmover la rigidez que parece caracterizar algunas desigualdades aún no superadas en la historia (si es que entendemos a la historia como un movimiento de superaciones, claro).
Iglesias, Estados, agrupaciones gremiales o empresariales, instituciones educativas, sanitarias, culturales, fueron, en distintas épocas y en distintos espacios, reconfigurando su incidencia en la constitución de los hechos que ameritaron luego ser considerados “históricos”.
Pero, entiendo que hoy muy particularmente es el Estado quien tiene un rol fundamental que desempeñar. No, en rigor, como protagonista de la historia, sino más bien como promotor y garante del alcance de los necesarios protagonismos que han sido descuidados, ignorados o directamente abolidos en décadas pasadas.
3. El concepto de “clase social” no tiene hoy, obviamente, la vigencia estricta de su sentido original, en una sociedad tan distinta a la del siglo XIX que ofició de referente inmediato. Sin embargo, algo de su connotación primaria se manifiesta en el sentimiento de pertenencia a diversos grupos sociales que conservan ciertas “marcas” distintivas, en el reconocimiento de ciertos gustos o inclinaciones, “tics”, hábitos compartidos: aquí también se pone en tensión la convivencia de lo particular y lo colectivo o grupal de lo que hablábamos anteriormente. Creo, también, que es posible detectar esa convicción de “pertenencia” de clase, (aun si convenimos en que los límites entre las clases están algo desdibujados), en el rechazo, en ocasiones intransigente, hacia los que se considera socialmente “diferentes”: todavía hay quienes pretenden que existen límites (a veces son meramente simbólicos) para la inclusión de los que se juzga inhabilitados para ser incluidos.
4. Habría que pensar hasta qué punto lo económico y lo ideológico están realmente separados. Ciertos análisis presentados como económicos parecen más producto de posiciones ideológicas (o políticas) que de ecuaciones propias de la economía. Pero también en la acción se detecta este cruce: los sectores sociales, los individuos que los conforman, se mueven, digamos, económico-ideológicamente: produzco, trabajo, ahorro, invierto, compro, vendo, etc., y en cada una de esas acciones se involucran razones y principios que sería dificultoso determinar o describir como puramente económicos.
5. No me atrevo a decir que decreció el peso específico de cada uno de esos poderes… sino, tal vez, que se difuminó o diluyó, en el sentido en que los factores que detentan poder ya no se manifiestan de modo tan excluyente: se yuxtaponen o entremezclan de modo que se dificulta señalar su pertenencia a una esfera determinada con nitidez.
Hay, por otra parte, un actor que cobró muy recientemente (para los tiempos históricos) una potencia singular respecto de su incidencia en el acontecer histórico-político: se trata de los medios masivos de comunicación que representan, además, un ejemplo paradigmático de esa yuxtaposición (poder privado/poder político).
6. Es bastante complejo poder establecer una respuesta unívoca o cerrada al respecto porque se trata de términos excesivamente contundentes: “realidad”, “sujeto histórico”, “transformaciones relevantes”. En parte, porque la relevancia de ciertos acontecimientos se vislumbra recién con el paso del tiempo. En parte, porque la singularidad estricta fue relevada por la pluralidad: yo diría que hay sujetos históricos (surgidos en la política, en el arte y la cultura, en la ciencia, en el mundo del trabajo, en el de la educación), actores individuales o colectivos que no sé si “transforman” su realidad, pero sí que producen alteraciones en la dinámica inercial que por momentos asume el devenir histórico. Creo que esos cambios son los primeros pasos de los cambios más profundos que requieren, naturalmente, de tiempos históricos más extensos para consolidarse (pienso, por ejemplo, en los movimientos feministas o en los de identidad de género, en los pueblos originarios… etc.).
Dante Palma
Filósofo, ensayista
1. La pregunta es bastante amplia y me parece que depende demasiado de la perspectiva teórica que cada uno adopte. Si interpreto bien, la pregunta podría ser a qué tipo de filosofía o incluso a qué tipo de filosofía de la historia uno adscribe: ¿se trata de una en la que las transformaciones históricas se piensan como el producto de liderazgos individuales o de una en la que esa individualidad acaba siendo simplemente una pieza más de un proceso colectivo que la trasciende y es más que la suma de las partes?
2. Al igual que en la pregunta anterior, una vez más, depende qué lugar se les dé a las instituciones en la concepción política y si el énfasis se pone en la historia reciente o en procesos a largo plazo. Si apuntamos a la historia reciente, me parece saludable que se haya puesto en tela de juicio el valor de determinadas instituciones, en particular, la institución periodística y la institución “Poder Judicial”, pues se trataba de instituciones que solapadamente constituían realidad a través del carácter performativo de su lenguaje alcanzado gracias a la credibilidad inmaculada que habían forjado hegemóni-camente durante décadas y, por qué no, siglos. Hoy, al menos en la Argentina, parece haber una reivindicación del Estado y de instituciones políticas sometidas a la voluntad popular de una u otra manera, reemplazando al oenegeísmo que había surgido con fuerza durante la década de los noventa a la sombra de la crisis de representación de la dirigencia política y el vaciamiento de los Estados.
3. Sin dudas, la distinción clásica entre clases sociales hoy resulta poco explicativa por sí misma de los fenómenos sociales. En todo caso, el gran desafío es poder explicar y predecir asumiendo que las variables no son meramente económicas, sino culturales, políticas, de género, etnia, religión y objeto de deseo, lo cual pone en tela de juicio aquellas consideraciones estáticas que vinculaban de manera determinista un tipo de comportamiento con la pertenencia a una clase.
4. Hoy queda bien desprestigiar una decisión popular (sea a favor de Cristina Kirchner o de Mauricio Macri) afirmando que la gente vota por el bolsillo, pero hay otras razones que también priman. Si las decisiones sólo pasaran por el bolsillo, ¿cómo explicar el conflicto con las patronales del campo y el resultado de las elecciones de 2009? Es decir, ¿cómo explicar que sectores que ganaron dinero como pocas veces en la historia hayan sido parte de un intento desestabilizador contra el gobierno que implementó políticas que beneficiaron a los que menos tienen pero también a esos sectores que mantuvieron parado el país durante cuatro meses?
5. A pesar de la importante recuperación del poder político y de la institución presidencial en los últimos años, es claro que el poder privado mantiene, como mínimo, su capacidad de veto, tal como se observa en la insólitamente todavía demorada aplicación completa de la ley de medios o en la devaluación que se vio obligado a realizar el Gobierno a principios del año 2014. El caso de la religión o, si se quiere, más específicamente, el rol de la institución eclesiástica, tuvo en la Argentina un reverdecer especial por la entronización de Bergoglio como Papa. La imagen positiva que tiene hoy en día un Papa que recogió la mirada latinoamericanista, la tradición de la doctrina social de la Iglesia y la crítica al capitalismo financiero, tiene una importante prédica y, por sobre todo, mantiene a raya a aquellos sectores recalcitrantemente conservadores que están tentados a denunciar la presunta infalibilidad de la máxima autoridad católica pero entienden que no es el momento histórico para hacerlo. Asimismo, más por la figura de Francisco que por respeto a la jerarquía eclesiástica, desaparecieron, de la agenda pública, temáticas sensibles a la agenda de la Iglesia, especialmente en lo que a derechos sobre el cuerpo de las mujeres se refiere.
Con todo, la intuición que tengo es que el efecto Francisco no se traslada automáticamente al resto de una jerarquía que todavía es mirada con recelo por buena parte de la sociedad.
6. La respuesta a esa pregunta varía en función de los procesos históricos. En Bolivia, por ejemplo, hay una apuesta por una conjunción entre el sujeto histórico indígena y los trabajadores en una amalgama enormemente compleja y en tensión pero que hoy en día tiene al MAS de Evo Morales liderando uno de los procesos de transformación más estables de la región. En la Argentina, el kirchnerismo, heredero del peronismo en muchos sentidos, no puede concebir a los trabajadores como el sujeto histórico tal como se lo pensaba en la década del ’40. Esto no tiene que ver con una circunstancial pelea con los líderes de algunos gremios, sino con que la matriz productiva, económica y laboral en la Argentina y en el mundo cambió y el peso específico de los trabajadores organizados es menor al de algunas décadas atrás. En esa línea, hubo una apuesta, especialmente tras la muerte de Kirchner, de impulsar un complejo y algo amorfo sujeto llamado “juventud”, que incluye a las nuevas generaciones y que estaría liderado por referentes que rondan los 40 años y que, en tanto tal, crecieron en democracia. Se trata de una juventud que reivindica los ideales de sus padres en los años ’70, pero no acuerda con las prácticas y los modos violentos de llevarlas adelante. Pareciera, entonces, que CFK pensó en un trasvasamiento generacional hacia ese espacio y depositó allí la responsabilidad de continuar, sea desde el poder formal o desde la organización comunitaria y partidaria, con este proceso de transformación. Si esa generación y sus dirigentes estarán a la altura de la circunstancias es algo que sólo podrá responderse con el tiempo.
Atilio Boron.
Politólogo, sociólogo
1. El sujeto individual se transformó porque la sociedad capitalista actual no es la misma de antaño. La sociabilidad se vio modificada por la lógica destructiva y alienante del capital, imponiendo un patrón cada vez más egoísta e insolidario, apto para sobrevivir a duras penas, ante el darwinismo del mercado. Obviamente siguen siendo hombres y mujeres en un entramado social cada vez más enfermo e inhumano.
2. Las instituciones tradicionales también están atravesadas por la crisis, con mayor o menor intensidad en todos los países: desde las instituciones propiamente políticas –gobierno, congreso, partidos, judicatura– hasta las más propias de la sociedad civil, en un sentido gramsciano: la escuela, la universidad, las iglesias, los medios de comunicación y, en el terreno económico las formas tradicionales de organización empresaria y, por supuesto, los sindicatos. Es un mundo que requiere de nuevas formas institucionales que reemplacen a las ya obsoletas. Por ejemplo, las limitaciones de la democracia mal llamada representativa saltan a la vista: no representan sino a las diversas fracciones del capital, y poco más. Se necesita la refundación del orden democrático, con nuevas instituciones políticas que hagan posible la soberanía popular al estimular el protagonismo ciudadano. Hay que refundar la escuela y la universidad, para que sean focos de creación y de pensamiento crítico y no máquinas para adaptar a los jóvenes a las necesidades del capital. Es preciso crear nuevas formas de organización sindical que representen a una masa asalariada cada vez más masiva, heterogénea y vulnerable. El protagonismo que las diversas instituciones podrán jugar es algo que surgirá de la práctica histórica, no se puede deducir de la teoría.
3. Las clases sociales cambiaron. Se homogeneizaron arriba, y se heterogeneizaron abajo. Las diversas fracciones de la burguesía se entrecruzaron de manera acelerada, tanto dentro como fuera de sus países. El agronegocio, por ejemplo, integra al capital financiero con el industrial y con las viejas clases terratenientes. La banca se ramifica en la industria y el comercio. La economía digital funde en un haz de intereses a la industria, el capital financiero y la publicidad. En la cumbre de la estructura social, antiguas fracciones encuentran cada vez más un terreno común, con intereses compartidos que ahora defienden en una estrategia no sólo nacional sino internacional, coordinada por una suerte de estado mayor, un “comité central” de la burguesía que cada enero se reúne en Davos. En el otro extremo, el capitalismo actual pulverizó y atomizó al universo popular, fragmentado, dividido, parcializado de suerte tal que la concertación de acciones de conjunto resulta muy problemática. Si en la segunda mitad del siglo XIX aquél era signado por la presencia homogeneizante del proletariado industrial, los comienzos del siglo XXI nos presentan una escena en donde los particularismos y, por lo tanto, la división, constituyen el rasgo sobresaliente de las clases y capas populares. Agravado por los desarrollos de las nuevas tecnologías de información y comunicación que hicieron posible la creación y rápido desarrollo, sobre todo en los capitalismos avanzados, de un “cibertariado” que trabaja desde su casa y que intensifica hasta lo indecible la autoexplotación de los trabajadores, con jornadas laborales que llegan a las doce horas, con trabajo nocturno, sin descanso dominical...
4. El peso económico es muy fuerte, y se deriva del impetuoso desarrollo de las fuerzas productivas y los formidables avances tecnológicos de los últimos veinticinco o treinta años que reformatearon el proceso de trabajo, introdujeron nuevas divisiones en el seno de la clase trabajadora (que hoy abarca a la mayoría de la población mundial, sometida directa o indirectamente a la lógica de la valorización del capital) y facilitaron las tareas de dirección y control a cargo de los gigantescos oligopolios contemporáneos. Todo esto tuvo su contrapeso en la esfera de la ideología, ocasionando el descrédito de las estrategias de acción colectiva y fomentando una cultura individualista, egoísta, cortoplacista, que conspira contra la posibilidad de enfrentar con ciertas posibilidades de éxito a la clase dominante y sus representantes políticos e ideológicos. Aquí hay que destacar el enorme papel de los medios de comunicación de masas, convertidos en vanguardia política de la burguesía y desentendidos ya de cualquier propósito de informar a la opinión pública. Su gravitación es hoy mucho mayor que la de los partidos políticos, en la medida en que el terreno favorito escogido por la burguesía para librar la lucha de clases es el ámbito de la cultura, de la ideología, consciente de que su predominio en este ámbito le garantizará una cómoda primacía en la política y la economía.
5. La religión está en alza: casos del fundamentalismo de los cristianos evangélicos en EE.UU., los católicos en Europa y América latina, el de los musulmanes en el mundo árabe (en Medio Oriente y en Europa, no así en Asia) y el de los judíos en Israel y los EE.UU. Son expresiones por ahora minoritarias pero no por ello menos preocupantes. En suma, la religión, que hace poco más de un cuarto de siglo parecía destinada a eclipsarse, resurgió con mucha fuerza. El poder de los privados se acentuó extraordinariamente, en desmedro del poder político, completamente colonizado por aquél. La decisión de la Corte Suprema de los EE.UU. de equiparar los derechos de propiedad de las personas con los de las corporaciones, y la libertad de los individuos para disponer a su antojo y sin intromisión estatal de sus fortunas con la de las empresas para hacer lo mismo con sus patrimonios abrió la puerta a la rápida degeneración de las democracias capitalistas en sórdidas plutocracias, donde el poder político aparece como completamente colonizado por el poder privado a través del financiamiento ilimitado e incontrolado que las empresas pueden hacer de la vida política.
6. Respondería parafraseando un conocido verso de Machado: “Militante no hay sujeto, se hace el sujeto al andar”. No existe sujeto revolucionario preconstituido. Ya el joven Marx lo observaba en Miseria de la Filosofía al hablar del tránsito de la clase en sí a la clase para sí, recorrido que no siempre se daba y que para nada podría reducirse a un automatismo social. Hoy las víctimas del capitalismo son muchas más que antes, porque el capitalismo se convirtió por primera vez en su historia en un sistema genuinamente mundial que incorporó a la lógica de la plusvalía a un enorme y heterogéneo universo de trabajadores y, además, porque florecieron nuevas contradicciones derivadas de su implacable lógica de dominio. Estas nuevas y viejas contradicciones fueron el manantial de donde surgió una pléyade de sujetos que se agregaron al tradicional proletariado industrial: nuevos estratos de trabajadores en diversos sectores de la economía; jóvenes sin futuro en el “turbocapitalismo” de alta tecnología; mujeres explotadas por el patriarcado y por la “doble jornada”; activistas de los derechos humanos y defensores del medio ambiente; minorías sexuales; pueblos originarios otrora concebidos como “sin historia” (y sin futuro) que emergen con fuerza en las sociedades latinoamericanas y otros más. En suma, los sepultureros del capital son ahora muchos más que el antiguo proletariado industrial, que seguirá siendo un actor importantísimo, pero no el único.
Rodolfo Mariani
Politólogo
1. La pregunta plantea la relación actual entre individuo y sociedad y entre subjetividad y la producción social de sentido. El neoliberalismo es una forma histórica particular del capitalismo que afecta tanto los parámetros básicos de la construcción social como los pilares fundantes de las estructuras subjetivas. La crisis de empleo, por un lado, y el deterioro de la función de padre, por otro, son dos formas sintéticas de mencionar esas afecciones. En el medio se ubica el derrumbe del Estado en su faz protectora, precisamente en la que las democracias le reclaman para enarbolar toda posibilidad de igualdad. En el viejo dilema entre libertad de los antiguos y de los modernos hay un corrimiento radical hacia lo segundo. El lado bueno, es la posibilidad de la emergencia de la singularidad o en los términos de la pregunta, de las particularidades que al ser constituyentes son inescindibles de cualquier idea emancipatoria. Pero ese movimiento se produce a expensas de lo colectivo, de la comunidad como geografía de la felicidad humana. “Deriva”, “enajenación”, “egoísmo”, “angustia”, son palabras que nadan mejor en esas aguas que “proyecto”, “liberación”, “solidaridad”, “Otro”.
El problema es que la oposición política al neoliberalismo sigue cayendo dentro del campo de lo que el lenguaje del capitalismo define como posible. Lo pensable está atrapado en esa lógica y desde esa limitación es preciso enviar sondas más allá, construir las palabras que abran fisuras en el domo del capitalismo global Hoy la política de emancipación es contra referencial, procura un orden desconocido por construir y empujan tanto en esa dirección la aspiración a la justicia social como el rescate de la particularidad profundamente humana que nos constituye.
2. Las instituciones están sometidas a la presión del capital financiero que las empuja a adaptarse a sus estrictas necesidades. La desregulación, las privatizaciones, la flexibilidad laboral son expresiones que, entre otras, estridentemente nos aturdieron en los ’90 anunciando la transformación del Estado a la medida del interés de las corporaciones económicas dominantes. La radicalización de esa presión conduce a una oposición radical entre el interés económico-financiero dominante y cualquier forma, por atenuada que sea, de voluntad popular. En el reino del neoliberalismo sólo tiene lugar la política como quehacer del interés del capital y, en su forma menguada, como placebo o paliativo, pero nunca como campo del conflicto. El neoliberalismo anula la expresión de lo político. Por otro lado, en América latina se procura enfrentar esa corriente restituyéndole a la política la capacidad de encarnar las tensiones sociales y de intervenir y regular el conflicto siempre presente. Las sociedades son campos atravesados por relaciones de poder que el neoliberalismo invisibiliza. En nuestro país y en varios de la región, la política camina correctamente -y con las dificultades del caso- por el camino de construir y representar una voluntad popular de cambio e inclusión. La contingencia de la institucionalización de esa voluntad es un momento crucial y difícil de estos procesos históricos en la región.
3. En los sectores dominantes el capital financiero teje un entrecruzamiento de intereses que diluye la distinción y afecta la lógica clásica de conflictividad entre fracciones. El caso de los famosos pool de siembra es paradigmático, pero también lo son las formas de financiación de la IyD y sus derrames a actividades industriales, de servicios, etc. Y ni qué decir de las formas más sofisticadas de financiarización. En los sectores populares hay una pérdida relativa de centralidad de la clase obrera (y sus sindicatos) y un aparecer de múltiples formas de inserción muchas veces precarias, inestables y de subsistencia. La desigualdad es un fenómeno global creciente que encuadra estos procesos. Hay concentración y más homogeneidad en los sectores dominantes y progresiva heterogeneidad en los sectores populares. Y, estilizadamente, las categorías que definen a la derecha permanecen inalteradas frente a la convulsión que causó en la izquierda el derrumbe del socialismo real. Además, el pasaje entre ser desposeído y la autoconciencia política de esa situación está, hoy más que nunca, interceptado por una suerte de teatro de la humanidad guionado por los grandes medios corporativos que construyen sentidos e ideales de éxito y bienestar que velan las relaciones de dominación, los modos de exclusión y la arquitectura de poder real.
4. La relación entre lo económico y lo ideológico también se reconfiguró en el sentido de que unas condiciones materiales de existencia no refieren linealmente a una determinada conciencia social. Hay una amplia dimensión cultural que altera esa relación y que coadyuva a desplegar un extenso abanico de autopercepciones, particularismos, diversidades. A nadie sorprende que el PRO gane cómodamente en Recoleta, lo cual reafirma el vínculo entre los “ganadores” y la derecha, pero es más complejo que también gane con holgura en las comunas del Sur. Hay una extensa intervención de significaciones culturales en la relación entre lo económico y lo ideológico; pero además, lo ideológico está fuertemente incidido por la posición subjetiva.
5. Las religiones, o las instituciones que hablan en nombre de los distintos credos continúan jugando papeles importantes. Hay regiones enteras del mundo en las cuales el componente religioso es clave para entender los conflictos o para articular equilibrios posibles. El fundamentalismo religioso me parece particularmente preocupante. Medio Oriente es un caso pero no es el único. La derecha radical de los EE.UU., que apunta a colocar al próximo presidente, tiene un fuerte componente fundamentalista religioso. Por su parte, en América latina crecieron las Iglesias evangélicas y es cada vez más estrecha su relación con la política. El papado de Bergoglio vino a moderar un poco el fuerte corrimiento a la derecha de la Iglesia Católica, a recuperar una mejor tradición de doctrina social y a ocupar un rol político en la denuncia del neoliberalismo y el capital financiero, al menos en sus formas más lacerantes. En cuanto al poder político, digamos que está subordinado a los propósitos de las grandes corporaciones y el capital financiero y cuando eso es así, como decía Walzer, el poder económico se transforma rápidamente en gobierno privado de la sociedad. Hoy la idea dominante en los países centrales es que toda intervención pública es expropiatoria: eso pone a la propiedad por encima de la vida misma. La derecha radical se toca con el fundamentalismo religioso y ese es el límite de la política como imposibilidad del exterminio del otro. Una vez más, America latina da pelea por recuperar la política como expresión de la voluntad los pueblos y de los conflictos auténticos de cada sociedad y no como la gestión sumisa del interés de las corporaciones económicas.
6. No me parece que exista un sujeto constituido del tipo del proletariado industrial o el campesinado. Quizás en Bolivia pueda tener centralidad el movimiento indígena como una homogeneidad resaltante dentro de un colectivo más abarcativo. Pero en general de lo que se trata es de una articulación compleja y heterogénea de una multiplicidad de posiciones sociales, la mayoría de privación, de injusticia y otras integradas pero con conciencia y compromiso (y también insatisfacción, en dónde falla el ideal de felicidad basado en el éxito y el consumo). Dentro de esa multiplicidad también existen tensiones internas que dificultan la articulación. La construcción del llamado sujeto requiere de fuertes referencias políticas y tiene mucho de la tarea del “Reparador de Sueños” de Silvio Rodríguez.
Horacio González.
Sociólogo, escritor
1. Hay una característica contemporánea y que define la actualidad política de las grandes democracias globalizadas, que es la fabricación de políticos, como si se tratara de la producción serial de hombrecillos –o mujercillas– con características prefiguradas en un estudio de laboratorio. En realidad, los estudios que se hacen del denominado mercado electoral, no se refieren a que éste exista previamente y las personas “midan” o no, sino al revés. Esas “mediciones” son el estado real que crean las tramas promovidas por el complejo comunicacional dominante, que es un núcleo de sentido común que modela personajes según estereotipos de consumo que promueven el intercambio se objetos, ideas, relaciones interpersonales, formas de lenguaje. El cambio en la propia idea de política es sorprendente. No es que haya concluido la era del individuo, sino que sobre las cenizas del viejo individuo que acompañó todo el ciclo de la burguesía productiva y competitiva, se levanta un pseudo individuo con sus pasiones modeladas, como el Golem, por la arcilla de los grandes medios de construcción de ideales del yo, que finalmente terminan en grandes aglomerados de consumo cultural, para los cuales también es preciso –aunque la tarea sea más laboriosa– cincelar los políticos correspondientes. Esta crítica proviene de los años ’60, cuando las elecciones en los grandes países capitalistas se transformaban en competencias entre grandes agencias publicitarias y financieras. Esto no cambió aunque sufrió infinitas mutaciones. Por eso, en gran medida, un candidato popular, hoy lo es cuando se sitúa críticamente ente esos aparatos discursivos de “crean una personalidad”, y al mismo tiempo no recurre a mimetizarse con los bajos fondos de la lengua, lo que tampoco ya da resultados más que fugaces (se verá en el caso Miguel Del Sel).
2. En todo el mundo, el personal del Estado se divide entre acentuar su intervención en la economía y el control de los excesos del mercado, o interactuar con empresas comunicaciones, productivas y agencias de comercio exterior, intercambiando prácticas homologables, que en un extremo pueden hacer del Estado un mero apéndice del Mercado. Para un estudio comparativo, puede tomarse el Estado Prusiano fundado por Bismarck y su relación con las empresas (Krupp, por ejemplo) donde la relación era asimétrica en favor del aparato estatal-militar, y el actual estado norteamericano, que tiene todo tipo de núcleos de control (Pentágono, DEA, etc) combinado con interrelaciones empresariales donde no es fácil distinguir la identidad de una empresa de finanzas y partes del aparato judicial estatal (como en el caso de los fondos buitre). Las instituciones de la historia (legiones romanas, principados de los Medici, monarquía absoluta, república jacobina, etc,., dejaron paso hoy a instituciones que algo conservan de la historia del Estado y de las historia de los monasterios, pero ya a través de los grandes medios de comunicación. Una cadena norteamericana (NBC o CBS) no es un Estado clásico, pero concentra muchas de las funciones del Estado, y de hecho, toman decisiones sobre el tiempo libre, el consumo y el lenguaje, que las hace más poderosas que los Estados de la antigüedad mediata o inmediata.
3. No se las puede observar sin considerar modelos de consumo y lenguaje, hábitos domésticos e intereses culturales. Las definiciones por propiedad, ingresos o nivel de empleo necesariamente deben cruzarse en damero con los ámbitos del existenciario social simbólico. Y este “cruce” no es encuestológico sino la oportunidad de un pensar crítico diferente.
4. Cuando creemos que es la “economía”, no nos privemos de buscar en la “ideología” (la más soterrada, la que se expresa en decisiones cotidianas y prácticas que suponen ilusoria o simbólicamente el “buen vivir”). Cuando creemos que es la “ideología” (las prácticas existenciales) no nos privemos de buscar en la economía. En el fondo, buscar al “burgués” o al “clase-media” en las sociedades contemporáneas es un trabajo que obliga a vacilar entre la economía y la ideología. Bueno para tener en cuenta en las campañas electorales. No hay en ellas conocimientos o dichos “científicos” sino ese infinito juego de vacilaciones, en el fondo irresoluble.
5. Un gran acontecimiento histórico fue la separación del tesoro privado del rey, convertido en el tesoro general del reino. Una cosa es el poder privado (los grandes medios concentrados) y otra cosa la privacidad con sus poderes a veces milenarios, Hay que diferenciarlos. Nunca se desploma un poder; pueden caer los imperios. La religión es un poder público/privado difícil de escindir, y en esa dificultad reside su extraordinaria fuerza.
6. Hay que construirlo, sin abusar de la noción de sujeto histórico (proveniente del historicismo) ni abandonarla definitivamente en nombre de bruscos cortes en la historia, surgidos de agencias publicitario-financieras, que hablan de “cambio de dirección”. Ese cambio no es el corte de paradigma que señalaban los viejos estructuralismo, sino el llamado de las grandes corporaciones a deshistorizar la vida de las sociedades.